Obras Piedra

Durante años trabajé con los ojos cerrados de quienes posaban frente a mi cámara. Era un gesto repetido, casi automático, que con el tiempo entendí como una forma de negación: la mirada, por alguna razón, estaba ausente.
Cuando tomé consciencia de eso, algo cambió en mi búsqueda. Empecé a mirar más allá de la superficie, a buscar una profundidad en quienes se dejaban retratar. Sentía que solo entrando en ese interior podía descubrir algo verdadero, algo oculto.

Fue entonces cuando entendí que la mirada había marcado mi vida desde el primer momento. Y que también fue, durante mucho tiempo, un lugar de dolor.
Dentro de Puto, La serie, la mirada aparece como punto de inflexión, asociada a la experiencia del bullying desde la infancia. La forma en que se mira, en que se juzga, en que se invalida con los ojos.

Desde entonces comencé a trabajar miradas en distintos soportes: en papel, sobre madera, con barniz, en vidrios. La serie se entrelaza luego con Las Luisas, donde las miradas se transforman en llantos. Y más adelante con El carrusel de Ágatha, donde se convierten en extrañeza, en desconcierto.

En esta serie en particular, las miradas están transferidas sobre piedras que recojo en mis recorridos. Piedras encontradas, elegidas, cargadas de tiempo y de peso.
Se disponen sobre un estante de madera, ubicado levemente por debajo del nivel de los ojos. Esa ubicación no es casual: apela a una sensación física, instintiva. Son esas miradas que, como se dice en el lenguaje popular, “se te clavan en la nuca” justo en el momento en que das media vuelta.